Mónica Ojeda

La literatura va más allá de estereotipos, de cosas anquilosadas. Creo que la literatura trata de transgredir esas delimitaciones genéricas que se imponen en los cuerpos”.

Considerada una de las novelistas más relevantes de la literatura latinoamericana contemporánea. Obtuvo en 2014 el Premio ALBA Narrativa por su primera novela. En ese mismo año, obtuvo el Premio Nacional Desembarco de Poesía Emergente. Su obra Mandíbula (2018) la colocó en la lista de Bogotá 39, que reúne a los mejores narradores menores de 40 años de Latinoamérica.

“La sociedad ecuatoriana no está abierta o lista para una novela como Nefando”, me dijeron en una editorial sobre mi segunda novela, y me preguntaron que si tenía algo más ligero con lo que empezar. Quizás ahí no hubo un trato tan diferenciado con autores hombres, pero ese trato diferenciado por ser mujer se ha dado en mesas de festivales, en conferencias, reuniones de escritores, donde no ha habido una exclusión explícita, pero sí sutil, que tiene que ver con la condescendencia y el paternalismo, y asumir que necesito ser enseñada sobre determinadas cosas.

Dentro de la literatura, no me gusta hablar de voces femeninas y masculinas, sino de escritores y escritoras. Y dentro de los escritores, de aquellos que se encuentran cercanos a una nueva masculinidad o que no se identifican con la heteronorma. Creo que las mujeres no escriben en femenino y viceversa, entendiendo lo femenino y masculino como construcción cultural. Entonces estos temas de literaturas masculinas o femeninas no son relevantes, pues responden a estereotipos y la literatura va más allá de estereotipos, de cosas anquilosadas. Creo que la literatura trata de transgredir esas delimitaciones genéricas que se imponen en los cuerpos.

Mi feminismo tiene que ver, justamente, con un trabajo de deconstrucción de ciertos patrones y descripciones sociales sobre la heterosexualidad normativa, el sexo, el género y redefinirlos desde una nueva perspectiva. Por otro lado, creo que el feminismo es un movimiento heterogéneo, es decir, son, en realidad cientos de feminismos, y no el feminismo a secas. Todos con miradas distintas sobre el problema. Y son feminismos que buscan el final del patriarcado y con esto me refiero al fin de un sistema de cosas culturales que establecen que hay cuerpos, los que tienen pene, que tienen más derechos y privilegios que los cuerpos con vagina. Entonces, los feminismos buscan crear una sociedad en donde tengamos los mismos derechos y posibilidades y que no haya una obligatoriedad en cuanto al comportamiento que esté ligado a tu sexo de nacimiento.

Una cosa importantísima de los feminismos es que están tratando de luchar contra la violencia hacia las mujeres. Solo hay que buscar datos y cifras para entender que la violencia que se comete contra las mujeres es intrafamiliar en su mayoría. Si las violan, en su mayoría son violadas por sus familiares, si las golpean, son golpeadas por sus familiares. Si eso ocurre dentro de la familia, entonces hay algo bastante perverso y retorcido en la forma en la que elaboramos la familia. De tal manera que terminan surgiendo estos casos que no son aislados, que son masivos, que son graves. Hay una cultura de la violación, una cultura del abuso sexual que los feminismos están tratando de erradicar a partir de crear conciencia sobre el espacio público y las corporeidades. En ese sentido, el de los feminismos es un trabajo fundamental.