Estelina Quinatoa

Creo que siendo hombre o mujer hay que recuperar el lado humano, porque en los dos corre sangre humana y roja, por lo tanto, somos iguales”.

Kichwa del pueblo Otavalo, nacida en Riobamba, perteneciente a una de las familias textileras tradicionales de Imbabura. Estudió Derecho, es licenciada en Antropología Aplicada y magíster en Conservación y Administración de Bienes Culturales, curadora de la Reserva Arqueológica del Ministerio de Cultura y Patrimonio.

De niña, en la ciudad de Riobamba, a pesar de que era la capital de los hacendados, una provincia con mayoría de población indígena sometida a las haciendas, no sentí discriminación, pero sí una diferencia, por ejemplo, en el uso de los zapatos (yo caminaba descalza) o en la ropa interior que yo no usaba. Cuando fui mayor de edad me matriculé en un colegio nocturno; tampoco sentí mucho la discriminación, porque tenía una ventaja sobre los demás estudiantes: yo hablaba quichua e inglés y mi aprendizaje fue más rápido que el de los demás.

Cuando llegué a Quito, entré a estudiar en la Facultad de Derecho de la Universidad Central del Ecuador y ahí la situación cambió. Los profesores me tomaban en cuenta como alumna por mis buenas notas, pero para mis compañeros yo no existía. La discriminación por parte de ellos fue rotunda. Hoy la discriminación es muy solapada, porque no lo hacen de frente, sin embargo, lo hacen sentir. Mi identidad es muy definida y yo defiendo lo que somos, exijo el respeto y respeto a las demás personas. Creo que es una labor de vida diaria, luchar contra la discriminación, porque quienes nos discriminan son las mismas personas del pueblo, de nuestro mismo color, con nuestras mismas realidades. Discriminación que evidencia los complejos de inferioridad que sufrimos los ecuatorianos, manifestadas en el  arribismo.

Cuando hablamos de las comunidades indígenas, el machismo viene de hace 500 años; es producto de la cultura hispanoamericana, en la que los roles de hombres son unos y de mujeres son otros. Pero cuando hablamos de la profunda comunidad indígena, hablamos de los mayores, y ahí ni el machismo ni el feminismo existen. Ahí hay una definición muy clara de forma de vida, no de discurso ni de pensamiento, sino de comportamiento en la vida diaria. Un ejemplo del machismo desde el mundo occidental en Imbabura: las mujeres cargan las maletas y el hombre va elegantemente delante de ella. Creo que se debe entender el concepto de maltrato y machismo en las distintas sociedades, grupos humanos y en las distintas nacionalidades originarias del país. Lo que el mundo mestizo ve como maltrato o machismo, las otras culturas no lo ven así. Por ejemplo, en una fiesta tradicional indígena todos los varones se sentaban en sillas o bancas y para las mujeres tendían unas esteras, para que la mujer se siente en el piso. Esto visto desde afuera se llama discriminación. Tomando el mismo ejemplo, si el marido se embriaga, la obligación de la mujer es llevarlo a la casa: eso también es visto como machismo. Pero ese machismo, esos roles, en realidad no afectan a la convivencia y a los sentimientos de las mujeres indígenas. Porque más bien está entendido que la exigencia, la lucha de los derechos son por hombres y mujeres.

A mí lo que más me preocupa es la violencia intrafamiliar en todos los estamentos sociales, porque es la que no se cuenta, la que perciben y sufren las niñas y niños. Esta es para mí la más agresiva. La violencia contra la mujer se da en todos los grupos humanos. En la esfera pública, las mujeres indígenas y negras sufrimos mucho más. En los hogares se sigue reproduciendo el machismo de manera inconsciente. Yo creo que siendo hombre o mujer hay que recuperar la esencia vital, porque en los dos corre sangre humana y roja, por lo tanto, somos iguales.